Han pintado, y cambiado las ventanas, y el ascensor es nuevo. Pero todavía a mediodía llena la escalera el olor de la cocina del colegio a través de la puerta de atrás. Conforme subimos se apodera de nosotros un aroma a pescado y especias, y a... ¿limón?
Llegamos a la puerta y sigue sonando como entonces, y todavía tiene algunas marcas que le hicimos de niñas con algún balón. Entramos.
Ahora el pasillo es azul, y mi antigua habitación también. No me disgusta. Abro el armario y de repente recuerdo ''es verdad, siempre se frenaba aquí'', y está vacío (eso sí que nunca lo había visto). En fín... era de esperar, todo es diferente, todo es nuevo. Es como si no quedara ni un ápice de nosotros.
Limpiemos y nos vamos.
Vale.
Ya está, pero cuando salimos piso una de las baldosas del salón y cruje. Es verdad, el suelo sigue siendo el mismo de entonces, y no nos ha olvidado. Sonrío, es absurdo, pero sienta bien saber que queda una huella, aunque diminuta, de allí por donde pasamos.