Echo de menos el sol


El sol tenía sus ojos. Su mente era el más precioso desorden, la forma más hermosa de anarquía y revolución permanente. Sus manos temblaban constantemente y, extrañamente, era una de esas personas que resultan increíblemente sexys con un cigarro entre sus dedos.

No era el hombre más elocuente cuando se trataba de expresar sus sentimientos o de tener una conversación emocional pero, cuando los ojos de ella se llenaban de lágrimas, algo despertaba dentro de él y se convertía en un valiente poeta con dotes para el psicoanálisis.

Era divertido a veces intentar de mil maneras despertar al valiente caballero que dormitaba dentro de él. Como un impulso latente que solo se manifestaba cuando la damisela en apuros requería su auxilio...

Y, ¡Oh! ¡Su mirada! ¡Tenía la mirada triste y dulce de los niños pequeños! Inocente, preciosa, dolorida, confusa a veces, cuando los cristales de color cambiante de sus iris dejaban ver una mente maravillosa y algo perturbada a la vez.

Esto último era normal... Con una materia gris de semejante calibre es casi imposible sonreír ante el mundo como si nada pasara (como hacemos los demás).

El sol tenía sus ojos. Y desde entonces la luz me devuelve su mirada.


El sol tenía sus ojos...