reflejos


Un mar de luz inunda el mármol blanco, impecable, rígido, impío. Redunda en su albura y frío mientras se abre paso a latigazos entre las fibras sensibles de los dedos de sus pies. Que descalzos se deslizan sobre el suelo saboreando cada escalofrío que estremece mucho más adentro de la superficie de su piel.

¿Qué es esta sensación? Hormigas que se transforman en pellizcos y en cosquillas para terminar en calor. Sus pasos siguen adelante con dificultad, frágiles y temblorosos. Seguros y decididos, sus nervios envían el mensaje opuesto hacia los sesos: ¿qué es este contraste? ¿Quién es el suelo y por qué me impide caminar?

A medio camino entre su cama y ninguna parte, sus pies se encuentran con los míos y, ¡joder, qué puto frío! En dos o tres pulsaciones descifro el morse que bombea su sangre y me sorprende... Antes su piel sonaba sencilla y alegre como los geranios que decoran su balcón, y hablaba de música con las manos y tiritaba estremecida si despertaba escuchando jazz.

No sé que le ha pasado. Sus dedos, diminutos, me cuentan que desde hace tiempo el espejo en el que solían mirarse les devuelve un nuevo reflejo. Les ilumina una nueva luz, más cegadora y ávida de calor; más adictiva e invasora, les muestra ahora una vaga silueta donde antes su rostro hacía arder todas las esferas. Y os aseguro que entre sus facciones se sembraban girasoles y claves de Sol... Y ahora, ¿ahora? ¿Qué es esto? Si la miro así unos segundos más me convence de que ha disminuido y quien era antes ya no existe más.

Pero no, a veces cerrando los ojos, los labios y las manos recordamos mejor, porque recordamos sin la pesada carga del estímulo convincente y falso de los sentidos y filtros de la atención. La guío hasta el espejo: Destruyámoslo, aunque eso signifique caminar algún tiempo sobre cristales rotos. Me mira a los ojos, antes de decidir qué hacer...


Hay reflejos que, apoyándose en la aprendida credibilidad que otorgamos a nuestros ojos, nos mienten a la cara. Hay reflejos en los espejos, en las personas, y en las palabras. Los segundos son los más peligrosos.