Futuro y otros absurdos


Si esta noche tu vida terminara, mientras duermes, mañana por la mañana comenzaría a sonar tu despertador.

''Biiiip, biiip, biiip...'' o algún otro sonido. A las 07.00, a las 08.00, a las 09.00, o a alguna otra hora intempestiva. La endemoniada máquina, sin duda de los peores inventos de nuestra civilización, comenzaría a hacer su trabajo de forma mecánica y más irónica que nunca. Es posible que no hubiera nadie para apagarlo.

Esa última rebanada de pan de molde para el desayuno se quedaría en el paquete. Y, asumámoslo, nadie querría la compra de un muerto, así que probablemente el resto de alimentos de tu frigorífico irían a la basura. Quizás allí sí que los recogería alguna persona ajena y desconocedora de su procedencia. ¿Qué más da? Es comida. De hecho, si así sucediese, el recogedor de los ''restos'' se sentiría extrañado al ver tantas cosas desperdiciadas antes de su fecha de caducidad y exclamaría algo así como 'hay que ver lo que tira la gente'.

Las citas que tenías concertadas se presentarían en los lugares de encuentro. Esperarían unos diez o quince minutos y comenzarían a llamarte incesantemente. Porque, por supuesto, tu móvil seguiría sonando una y otra vez independientemente de la temperatura de tu cuerpo y los latidos de tu corazón. Y lo haría hasta que se le acabara la batería. Qué gracioso, ¿no te parece? Es como si el teléfono fuese una mascota capaz de morir de pena sin los cuidados de su dueño. Pero bueno, a menos con los smartphones este problema se solucionaría antes.

Eso sí, si tuvieras una verdadera mascota, probablemente ladraría, maullaría, cantaría en su jaula o, simplemente, continuaría nadando en su pecera. Es lo que tienen las mascotas silenciosas, que no molestan.

Así, infinitamente: la primera persona que volviera a encender la radio de tu coche escucharía el disco o la emisora que tú programaste la última vez; las campañas de telemarketing no cesarían de dejar mensajes en tu contestador; el último cotilleo sobre tu vida sentimental continuaría vivo en las bocas de los que te rodean; las zapatillas permanecerían a los pies de tu cama...

¿Y el despertador? El despertador seguiría sonando hasta que alguien entrara en tu habitación, y lo apagara.


A veces me pregunto cómo sería la vida si no existiesen en nuestras mentes los conceptos 'luego', 'mañana', 'el año que viene'. Si fuésemos conscientes de que realmente no tenemos ni puta idea de lo que va a suceder. Me resulta difícil entender como hemos llegado a este punto de autoprogramación siendo tan frágiles: asumimos lo que va a pasar, definimos lo que haremos, nos preparamos para el futuro, planeamos cada segundo de una vida que no sabemos si existirá, intentamos olvidar que todo puede acabar en cualquier momento. La tensión temporal me parece insoportable, pero es ya tan absurda como inevitable.