Suavemente se desliza entre las sábanas de seda rosa, sudorosas... Sus brazos se abren paso entre los pliegues tempranos, cuando el sol se cuela diáfano a través de las cortinas de raso, que dejan paso al despertar.
Sus ojos se entreabren deliciosamente lentos, los párpados se despegan perezosos de aquél sueño, se separan y se miran silenciosos desde lejos, a través de las pestañas. Su mirada confusa de las siete de la mañana busca alrededor un motivo que... no está. Pero el despertador sigue sonando hasta someter al sueño.
La música que acompaña solitaria el aire denso, vacío, es ese sonido lejano del mundo en el exterior, que cubre cualquier atisbo de un latido más sonoro. Sola en un mundo superpoblado amanece un día más la habitación, (la población), sola entre los olores y los sabores de un lugar inalcanzable amanece un día más una ninfa invisible hasta para sí misma.
En el suelo el sostén y los sueños sinceros, ligeros se mezclan y, los pies, al rozar, se sienten fuera de lugar. El frío crudo estremece sus dedos, estimula sus miedos de acero, sus deseos perdidos entre las nieves y el ébano.
Se contradice. Se desliza sobre el espacio a grandes pasos que apenas controla, y en sus venas se pelean odio, humo, alcohol y sal. Sus labios beben de los vasos de los besos de algún pasado mejor, de los momentos olvidados para todos los demás, pero que siguen marcando su cuerpo como un lunar de más.
Su gesto es suave, elegante, amable, como todo su cuerpo, cuando sale a la calle. Solamente un día más.
Hace 12 años
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