Sin procedencia ni destino

Algo le decia que sus pies no resistirían mucho más el frío y el agua, habían sufrido demasiado a lo largo del recorrido. Su mente tampoco estaba relajada, sino desconcertada y totalmente confusa, no conseguía ordenar sus pensamientos para decidir que hacer, y le invadía un fuerte deseo de abandonar y retroceder sobre sus pasos para tirarse por alguno de aquellos peñascos que había dejado atrás. Caminaba bajo una intensa lluvia helada, arrastrando los pies por un sendero que alternaba entre pedregoso y embarrado, y llevaba unas zapatillas demasiado viejas para aquellos trotes. Bordeaban el sendero arbustos y zarzales que, desde hacía kilómetros, se le hacían interminablemente repetitivos y no le permitían distinguir si avanzaba o no en aquél laberinto verdoso y marrón.

Sin comprender el motivo que impulsaba a su cuerpo exhausto a seguir adelante cuando su mente ya se había rendido, a veces la imaginación le gastaba bromas de mal gusto, como hacerle confundir un relámpago más a lo lejos con la luz de un coche que iluminaba momentáneamente las copas de los árboles a lo lejos. Tras excesivas ilusiones ópticas de este tipo había perdido toda esperanza de encontrar algo o a alguien, había oscurecido demasiado y pensó que sería mejor cobijarse bajo un árbol hasta que amainara la lluvia y pasara la noche. Se paró para buscar uno con la vista y, a duras penas y unos 200 metros divisó lo que creyó ser una encina que, tal vez por sus problemas de visión, le pareció estar iluminada un tanto fantasmagóricamente, pero de nuevo lo achacó a un engaño de su vista. Se acercó al árbol y, aunque sintió un escalofrío extraño al sentarse entre sus húmedas raíces, el cansancio y la fatiga le restaron importancia y, en apenas unos minutos, se durmió profundamente...

Lo despertó, horas después, un fuerte golpe en la cara y sabor a sangre que salia de su nariz y resbalaba hasta su boca...


(to be continued)