¿Por qué sigue
Lady Di en las postales de Londres? ¿O las Torres Gemelas en los planos de
NY? ¿Por qué siguen los abuelos en las fotos para recordarnos que los echamos de menos? ¿Por qué los amigos que por algún motivo absurdo ya no tenemos siguen
sonriéndonos desde el papel?
Pero, sobre todo, ¿por qué narices guardamos todo esto?
Me gusta pensar en ellos como recuerdos que se
esconden en cualquier parte inesperada, para reaparecer en otro momento y
gritarte cosas como <<¿Recuerdas este día? Fue divertido>>, o <
> y, el que más odio: <<¿Te acuerdas?... ¿Qué ha sido de nosotros?>>. Cuando me encuentro con ésta última nunca sé cómo reaccionar, así que me quedo quieta preguntándomelo durante un cuarto de hora, y entonces vuelvo a almacenar la foto entre las páginas de algún libro que algún día releeré, o bajo las carpetas de apuntes que temo tirar a la basura... Es decir, vuelven a esos sitios donde normalmente quedan las versiones bidimensionales de los recuerdos que no podemos tirar.
Pero hoy no me he encontrado por casualidad con uno de ellos debajo del bloc, hoy me he dado de bruces contra mi propia incoherencia. He abierto los ojos y me he encontrado entre miles de personas que seguro que me han olvidado, pero por algún motivo yo no me desprendo tan fácilmente.
En la estantería tengo, entre mil más, una foto en la que, sí, reconozco a todos, pero no conozco a nadie. Ya no. Pero cada vez que la miro no puedo evitar preguntarme si el de la derecha seguirá guardando todas esas porquerías que me encantaba descubrir en su armario, o si el del medio habrá recuperado ya esa voz que no sé cómo perdió, si el de la izquierda seguirá siendo aquél incansable gracioso que conocí algún día de verano.
No sé, supongo que lo admito, me cuesta desprenderme de las cosas, como a todos. Tal vez será porque, para mí, decir en voz alta ¡ya no están!, sería como aceptar que todos los que hoy si están...
quiero creer que no quiero más sinsentidos en mi pared,