Hace 12 años
cambios de temperatura
Nos vemos al final de la noche. Cuando ya no estamos allí. Serán eso de las 05.30 am y la barra ha cerrado. O eso se inventa el camarero para echarnos de una vez. El caso es que no nos vamos porque, como he dicho, ya hace rato que nos hemos marchado.
Aun así, entre la multitud que convenientemente no nos rodea, yo miro la botella como si me interesara sobremanera la información nutricional y otras ironías impresas sobre la etiqueta. Y mientras tú, tú miras los vasos, pero a ti sí te interesa la figura que se desdibuja grabada en el fondo.
Bebemos y la noche avanza porque, afrontémoslo, no puede ir hacia atrás, ¿no? Esta música me suena a cover brillante, quizás roja, con toques grisáceos de éxito indie internacional. Incendia pero no llega a quemar, como siempre... Y pienso ''claro, si no, ¿de qué vivirían los bares?''
En fin, el alcohol se acaba y mis amigas gritan que salgamos a fumar.
En la calle hace frío, lo intuyo por la expresión en sus caras y el color de mi nariz. Ellas piden fuego y ríen mientras charlan con unos chicos al lado. Saco las manos de los bolsillos y de pronto no comprendo por qué yo no estoy helada. No me importa, esta sensación es inexplicablemente agradable. Recuerdo el refrán que siempre dice mi madre sobre el caballo y el diente, y mando a mi cerebro a callar.
Es obediente. Pero también es tarde. Mascullo una despedida y me largo. En alguna parte, tú también te vas.
Por el camino, pienso en el fuego y el hielo que invaden, en guerra, la ciudad. Los hombres y las mujeres están calientes. Quieren una excusa para encontrarse. Quieren beber y después follar. Quieren aprovecharse de sí mismos y, si todo sale bien, de los demás. Todos quieren calor en casa y cierran la puerta, pero dejando abierta la ventana de atrás.
Hace frío en la verdad y verano en las conversaciones. Y todos salimos y entramos corriendo sin parar a respirar. Y así estamos: en alerta de una nueva gripe mental de transmisión sexual.
Ahora entiendo por qué no siento ninguno de los extremos: no los combato. Y es que algunas veces, el silencio es el mejor de los diálogos. Eso que nunca es mentira y jamás se hace realidad. Nos vemos en los espejos y así siempre, siempre existe un reflejo que en plena guerra nos devuelve paz.
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