Hace 12 años
Impronta de vacío
Impronta de vacío,
o el hueco
que deja la nada
en esta solidez de abismo.
Imagina la huella
maciza, inconmovible,
de nada en absoluto
incisa sobre un ahora eterno.
El tiempo sostiene el paso.
Huye mientras persigue
rajado de cicatrices sin Ser:
sobre vacío, impronta de nada.
Nada es para tanto
El éxito y el descanso; el fracaso y el silencio.
Al otro lado del resultado, del marcador, del índice bursátil, nada cambia. Pasada la cinta roja en la línea de meta, la carretera es la misma. No hay plenitud, solo planicie.
''No te frustres si no lo consigues''. ''Que no se te suba el éxito a la cabeza''. Estrés. Si ganar y perder son como las dos caras, lanza la moneda al aire. Siempre saldrá cansancio, aderezado con alguna emoción pasajera. La subida y la deriva toman direcciones opuestas pero chocan al otro lado del círculo.
Yo digo que todo sea mental. O que ya lo es, admitámoslo. No hay golpe ni corona que desactive la guerra. Sólo impulso hacia el horizonte, eterna lejanía. Eterno imposible. Como el éxito, como el fracaso.
Nada es para tanto.
violentĭa
Nos arrastra azotando corriente del agua violenta
turbulencia tremenda de metal ciclónica
entre vueltas y restos carne rota en el torbellino
que gira que nos retuerce implacable imparable hacia atrás
remolcados sin concesión en el abrupto secuestro
veloz, verde, divino de una ola mayúscula
hacia el centro
estirados de las piernas fuertemente
amarrados los tobillos en cuerdas de espuma
la marea inmensa nos agita con potencia de caballo león
nos ingiere sin devorar, sin masticar
hacia el centro donde no queda oxígeno.
hierve la sangre a golpes, nervios estrujados
el viaje es rápido pero maldito viaje
bañado.
y eso que, al salir, nos secamos.
Hoy quiero ser basura
A veces hay que ser basura.
Que el alcohol nos embrutezca y que no se acabe el tabaco.
Que salgamos de un local y entremos en otro sin pensarlo demasiado.
Que esté todo lleno de humo y no distingamos las caras de los demás.
Que nadie mire el móvil.
Que perdamos las formas para siempre, porque no somos plastilina.
Que empecemos cosas que no se puedan terminar.
Que nos peleemos con alguien, con rabia, con ganas de matar.
Que sangremos.
Que nos raspen las escamas.
Que nos cosan la piel con aguja después de los bocados.
Que hablemos lo justo antes de follar.
Que no reflexionemos sobre filosofía porque este puto mundo no tiene significado.
Que nos sentemos sobre suelo del baño mojado, mojados.
Que tengamos frío, pero no asco. Asco nos dará mañana, maldita sea.
Que la vida no recuerde esta noche porque sería traumático.
Que las neuronas en ebullición no molesten, y se evaporen.
En fin. Que sigamos vivos mañana, pero por no hacerle un feo a nuestras absurdas obligaciones.
brújulas, nómadas
Perderse requiere un punto de partida o una meta; una dirección o un remitente; una referencia que en algún momento hemos dejado de encontrar. ¿O no? Uno no puede estar perdido respecto a nada. Y entonces, ¿para qué sirven las brújulas, los mapas o la estrella polar, si no sabes qué es hogar?
Yo, algunas veces, me siento lejos. ''Lejos'', otra sensación que parece necesitar relación con algo para tener sentido. ''Lejos de mí'', ''lejos de casa''... En cualquier caso, a demasiada distancia de algo deseado. ¿Por qué? Si no pertenecemos a ningún sitio ni persona, si no existen destinos ni comienzos. Si, al fin y al cabo, nunca podemos saber si estamos en el lugar correcto, o es el equivocado.
No sé, si el libre albedrío es lo que nos hace humanos, las constantes para mí no tienen ninguna razón de ser.
Lejos ¿de qué?
si no sé dónde estoy.
si no sé dónde estoy.
game over
La lógica contractual del derecho y la obligación es una lacra. La mayor de las que dominan el distorsionado patrón de funcionamiento de las relaciones emocionales, cada día más descaradamente cínico. Nociones como el dar sin preocuparse de recibir o actuar en función de los dictámenes del amor propio no pueden, en mi opinión, diseñar el día a día; mes a mes; año a año de nuestra vida sentimental.
Miento, sí que pueden. De hecho así funciona la mandanga hoy. Quien gana la discusión se lleva el premio, sí, pero uno que no tiene recompensa. No me parece descabellado pensar que si recuperásemos (¿la hemos tenido alguna vez?) un poco de generosidad, no sería el divorcio el destino de la mayoría.
Para mí, la generosidad es lo que hacemos más allá de aquello que conforma nuestro 'deber' inapelable, fuera de lo que sabemos justamente exigible ante una auditoría de nuestros actos. Es todo lo que decidimos en pos de los instintos constructivos por encima de los ególatras. Es olvidar el miedo, el rencor, los espejos... en fin, muchos enemigos que matar en un juego que no permite guardar la partida.
Yo creo que lo más humano sería aceptar que no es el orgullo sino el coraje nuestra arma más poderosa para pasar a la siguiente pantalla.
cambios de temperatura
Nos vemos al final de la noche. Cuando ya no estamos allí. Serán eso de las 05.30 am y la barra ha cerrado. O eso se inventa el camarero para echarnos de una vez. El caso es que no nos vamos porque, como he dicho, ya hace rato que nos hemos marchado.
Aun así, entre la multitud que convenientemente no nos rodea, yo miro la botella como si me interesara sobremanera la información nutricional y otras ironías impresas sobre la etiqueta. Y mientras tú, tú miras los vasos, pero a ti sí te interesa la figura que se desdibuja grabada en el fondo.
Bebemos y la noche avanza porque, afrontémoslo, no puede ir hacia atrás, ¿no? Esta música me suena a cover brillante, quizás roja, con toques grisáceos de éxito indie internacional. Incendia pero no llega a quemar, como siempre... Y pienso ''claro, si no, ¿de qué vivirían los bares?''
En fin, el alcohol se acaba y mis amigas gritan que salgamos a fumar.
En la calle hace frío, lo intuyo por la expresión en sus caras y el color de mi nariz. Ellas piden fuego y ríen mientras charlan con unos chicos al lado. Saco las manos de los bolsillos y de pronto no comprendo por qué yo no estoy helada. No me importa, esta sensación es inexplicablemente agradable. Recuerdo el refrán que siempre dice mi madre sobre el caballo y el diente, y mando a mi cerebro a callar.
Es obediente. Pero también es tarde. Mascullo una despedida y me largo. En alguna parte, tú también te vas.
Por el camino, pienso en el fuego y el hielo que invaden, en guerra, la ciudad. Los hombres y las mujeres están calientes. Quieren una excusa para encontrarse. Quieren beber y después follar. Quieren aprovecharse de sí mismos y, si todo sale bien, de los demás. Todos quieren calor en casa y cierran la puerta, pero dejando abierta la ventana de atrás.
Hace frío en la verdad y verano en las conversaciones. Y todos salimos y entramos corriendo sin parar a respirar. Y así estamos: en alerta de una nueva gripe mental de transmisión sexual.
Ahora entiendo por qué no siento ninguno de los extremos: no los combato. Y es que algunas veces, el silencio es el mejor de los diálogos. Eso que nunca es mentira y jamás se hace realidad. Nos vemos en los espejos y así siempre, siempre existe un reflejo que en plena guerra nos devuelve paz.
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