Hacía frío, frío del que cala hasta los huesos y hace daño en la garganta al respirar, pero no podía ni tan siquiera sentirlo, no... Solo existían la carretera, las farolas, el arcén y un par de cigarros, y de vez en cuando las luces de algún coche, que lo iluminaban todo por un par de segundos y molestaban a sus ojos, reacios a ver el mundo. El frío y lo inhóspito del lugar no eran nada, el mundo alrededor no era nada, solamente podía sentir el aroma del tabaco en la boca, el humo saliendo de sus pulmones lentamente, y algo parecido a un palpitar en la cabeza que trataba de ignorar, pero nunca había sido capaz de dejar la mente en blanco ni por un solo segundo... no había nada más, nadie más.
Tal vez era peligroso estar allí, tal vez era hora de volver a casa, tal vez...
¿Tal vez? ¿Qué importaban los 'tal vez'? ¿Qué sentido tenía todo aquello? Era estúpido, y la prudencia solo una costumbre que entonces no tenía peso alguno, todas esas cosas que solía pensar cuando se encontraba sin ninguna compañía y a ciertas horas de la noche, en aquél momento ni cruzaban entre sus pensamientos, era un momento de sensaciones en que aquella voz que hablaba por su parte racional estaba afónica. Por su cabeza no pasaba ni un ápice de miedo, ni la idea de largarse de allí aunque pasaran conductores borrachos gritando memeces por su lado a cada rato, simplemente no había cabida para tanto e, inconscientemente, trataba de inundarse de humo para que se esfumaran los problemas, pero el solo hecho de estar fumando significaba admitir que lo necesitaba, y que el necesitarlo era por algún motivo...
Cuando cayó la primera gota de lluvia sobre el último cigarro se dio cuenta de que tendría que volver al mundo real, donde hay que afrontarlo todo y, ese momento, el de despertar de aquél absurdo letargo de un par de horas, fue el peor.
Frío y soledad, casi nada de luz. Todo chocó con su conciencia de golpe.
Al levantarse sintió más gotas heladas caer sobre ella y el frío alcanzar cada rincón de su cuerpo. La oscuridad hizo gritar aquella voz en su cabeza que le recordaba que existía el miedo, miró a su alrededor y buscó el camino que las farolas dibujaban y... agradecida por conservar aquél infantil miedo, no pensó durante un rato, hasta llegar a la última, a casa, y apagar la luz.
Hace 12 años
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