música bajo ruido

Caminábamos por las aceras madrileñas despreocupados, con tiempo para no hacer nada y un chocolate caliente entre las manos. Hablábamos de no recuerdo qué cuando una maravillosa melodía nos distrajo de la conversación, perdimos el hilo y escuchamos... Durante unos segundos escuchamos sin ser conscientes de que los dos estábamos pendientes de lo mismo. Entonces, nos miramos y miramos a nuestro alrededor, buscando al mismo tiempo el origen de aquella canción.

¿Donde íbamos a encontrar una cosa así en una ciudad como Madrid?


En una boca de metro.

Nos habíamos parado justo al lado de una boca de metro. En el momento en que nos dimos cuenta de que de allí salía aquél maravilloso sonido que nos había distraído del mundo volvimos a mirarnos, nos cogimos de la mano y echamos a correr, riendo, hacia la entrada. Nos apresuramos escaleras abajo para adentrarnos en un pasillo abarrotado y vimos, al final, al genial músico sentado sobre el suelo en una esquina.

Tocaba una vieja flauta travesera con elegancia y parsimonia, de forma que casi parecía que el instrumento, tras tantos años de fidelidad a su dueño, le conocía a la perfección y obedecía a sus emociones antes que a sus dedos. El aire bailaba en su interior construyendo una melodía dejada del mundo real, vestida de una alegre tranquilidad que nos invitaba a entender...

La música fluía desde dentro de él hacia fuera, y se dejaba escuchar por aquellos que quisieran, pero parecía que no eran muchos los interesados... Dentro de la boca de metro la gente caminaba deprisa, chocando unos con otros, haciendo un ruido infernal y sin mirar a los demás a la cara. Nadie escuchaba la música. Fuera, en la calle, los viandantes hablaban en voz muy alta, con otras personas o por teléfono móvil, ocupados, corriendo y cruzándose sin mirarse, tal vez sin verse. Nadie escuchaba la música...

Nadie escuchaba la música.

1 comentario:

Glo. dijo...

lsEs precioso ...
Creo que eso de que hable de Madrid, y de su metro, me traen demasiados recuerdos...

besitos