Revelando recuerdos

En la habitación negra, con la luz roja encendida.

Cuando revelábamos fotografías recuerdo que, al coger con las pinzas el papel e introducirlo en la cubeta con el líquido revelador, tenía que estar unos segundos mirando el papel blanco, esperando a que la imagen fuese apareciendo lentamente... Como apenas podía haber luz dentro del cuarto, había que aguardar a que el contraste de la imagen nos pareciese algo exagerado porque, después, al encender las luces, el color que antes parecía más oscuro, no lo era tanto. Es decir, había que esperar un poco más de lo que parecía para que la fotografía estuviese bien revelada, y pasar al siguiente líquido.

Al recordarlo me he dado cuenta de que, en realidad, en la vida siempre es así. Hay que dejar que los recuerdos importantes, los que nos han marcado mucho, se queden ahí y sequen bien, hasta que veamos la imagen con claridad. Hasta que... miras hacia atrás y ves esos detalles que un mal revelado habría dejado en blanco.
Y la fotografía no se parece tanto a la imagen en tu cabeza. Y, en realidad, hay cosas demasiado tristes.

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