Sería eso de la una de la mañana, yo estaba sola, sentada en la habitación y lo único que me apetecía era un pedazo de chocolate, de ese con nueces que a mí me gusta. Quería despedirme de todo y guardar en mi memoria una fotografía perfecta de cada rincón, el tacto de cada mueble, cada almohada, cada frasco y aquél olor... el olor de esa vieja calle lejos de todo y cerca de nada.
Me levanté de la silla y me acerqué al ventanal para ver caer la lluvia y espiar a los animados vecinos de enfrente, creo que eran italianos. Como la barra de las cortinas impedía abrir ambas ventanas a la vez, abrí una y me introduje en el extrañamente amplio hueco que quedaba entre los cristales y las cortinas y la barandilla de hiero oxidado. Había dejado la puerta abierta por si alguien tenía que entrar a devolverme unas pinzas prestadas, a buscar una pepsi olvidada en la nevera o exigirme algún tipo de papel antes de irnos, no. En realidad había dejado la puerta abierta porque dudaba de ti, pensé que tu indecisión vencería fácilmente a tus ganas si tenían que enfrentarse con una puerta cerrada. Mientras mis pensamientos volaban diciendo adiós a aquellos maravillosos días dejados del mundo real, algo dentro de esa parte desconocida de ti te hizo moverte de la silla y vivvir lo que yo entiendo que es la vida.
Escuché pisadas dentro de la habitación, pisadas dirigiéndose a mí, pisadas que se acercaban por detrás de la cortina, no sabía quién era, pero sabía quién era. Me deslicé entre las ventanas y volví al cálido interior naranja de la habitación, la puerta ya no estaba abierta. Me miraste sin saber muy bien qué decir ni qué hacer, podía ver los engranajes de tu cerebro funcionar y en ese momento detenerse en un 'hasta aquí lo tenía todo pensado pero ahora, ¿qué?'.
De nuevo esa desdoblada personalidad incontrolada e incierta dentro de tu cerebro tomó el control y lo hizo todo por ti: me abrazaste, mirándome entre la decisión y el miedo, sé que comprendías mi solitaria tristeza, me sentaste sobre la cama y te acercaste, no demasiado lento, ni demasiado deprisa...
Nos faltó ser conscientes de lo que sentíamos.
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(Entrada publicada número 1oo)
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