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Caminando sin destino preciso en un día soleado y precioso... rodeada del infernal ruido de los coches y con un enorme peso sobre la espalda, pero todo tiene solución, cuan fácil es colocar un auricular en cada oído y girar la ruedecita del volumen de la música hacia la derecha, un poquito, un poco más, un poco más... lo suficiente para que el resto del mundo esté callado. Llega un momento en el que lo único que siento es el sol en cada poro expuesto de mi piel y la música en mi cabeza, música que me insta a salir corriendo, a bailar, a aprovechar cada momento y tomar hoy mismo la decisión más importante de mi vida espontáneamente, me pierdo en mis divagaciones silenciosas a través de la melodía que flota en mi cabeza, entonces, la canción se detiene por un momento, un instante de respiración para el solista que, en mi mente supone un segundo en el que solo escucho los latidos de un corazón desbocado que resulta cantar en mi pecho; sístole, diástole, sístole..., pletórico de vida y de energía contenida que necesita expresarse, que necesita salir, despejarse...-
Vuelve a sonar la música, mis labios se mueven mecánicamente siguiendo la letra de la canción y mis pies recorren el ardiente asfalto moviéndose al compás de la batería que inunda mis oídos, el camino se hace corto y llego a un lugar que vagamente reconozco como mi destino, lo había olvidado, iba a alguna parte. Doy los últimos pasos hasta llegar y se acaba la canción, habrá durado apenas unos minutos, sólo unos minutos de mil sensaciones.
Podría vivir de esos minutos eternamente.
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